Sobre las expectativas hacia los jóvenes

“Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin en niño […] ¿Qué es pesado? así pregunta el espíritu paciente, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que se le cargue bien […] ¿Acaso no es: humillarse para hacer daño a la propia soberbia? ¿Hacer brillar la propia tontería para burlarse de la propia sabiduría? […] Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu paciente: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto. Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa, y ser señor en su propio desierto. Aquí busca a su último señor: quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria. ¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? “Tú debes”, se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice “yo quiero” […] Crear valores nuevos -tampoco el león es aún capaz de hacerlo: mas crearse libertad para un nuevo crear- eso sí es capaz de hacerlo el poder del león. Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león […] Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacerlo? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño? Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí […] Tres transformaciones del espíritu os he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño”.

NIETZSCHE, Así habló Zaratustra.

¿Qué espera la sociedad de los jóvenes?

Unas sabias palabras, venidas tanto de oriente como de occidente, nos advierten de la
conveniencia de esperar sin esperar. Quiere decirse que la mejor manera de esperar algo bueno del
futuro consiste en no mantener expectativas muy definidas, sino más bien concentrar la atención en
el presente, pues situarse en un futuro deseado, suele arruinar el futuro que me cabe esperar. La
presión interna y egoica para que suceda algo en particular que tanto deseo, me impedirá apreciar
las oportunidades del futuro presente, cuando arribe a mi vida. Me pesará excesivamente mi futuro
pasado.

Una presión que no me dejará vivir aquello que alienta en cada momento, instante a
instante. Sobre este fondo sentido se desarrolló el encuentro filosófico que inauguraba la temporada,
y también el final de la cuenta de diez cursos realizándose la actividad ciudadana de los cafés
filosóficos. Fue la presión que sintieron la mayoría de los abundantes jóvenes allí reunidos en
nuestra sede de invierno, la Cafetería Bentomiz, cuando comenzó a hablarse aquella tarde de las
expectativas de la sociedad para con los jóvenes, qué se esperaba de ellos. Y hay que subrayar que
tales expectativas emergen de las frustraciones, de los miedos, de los deseos de los adultos. Las
expectativas surgen en el sujeto que las tiene pero se proyectan en la forma de presión
medioambiental al objeto de las mismas, en este caso, los propios jóvenes.

Pero, ¿qué tendrán que decir los jóvenes? ¿Cómo percibirán dicha presión social? ¿Será para ellos un amazonas con
abundante cuenca fluvial o, más bien, un cauce rígido, unilineal, por el que todo joven habría de
transcurrir ineludiblemente para poder realizar su vida satisfactoriamente? Acompáñanos, pues, en
este viaje.

Antes, sin embargo, y para ir abriendo boca, ¿cuándo has sentido tú, últimamente, la belleza? ¿Qué
momento bello has vivido? No lo identifiques con algo agradable o placentero, optimista o positivo,
la belleza está ahí, donde menos te lo esperas… No la esperes, estate atento allí donde emerge, en tu
mirada de apreciar la belleza; sin ella no la verás, aunque delante de ti se acurruque, con sus ojillos
puestos en los tuyos.

Esta mañana al amanecer contemplé una montaña rota, por las nubes que
trazaban contracurvas sobre el fondo de su silueta; y tú, te asomaste al balcón de cada día que era
distinto al de cada día. Por sentirse viviendo la breve sonrisa de un niño vale la pena vivir. La
belleza está ahí, cuando se entienden un padre con su hijo, mirándose a los ojos. Una calle sin salida
puede mostrarse translúcida y abierta, con la luz blanca después de la lluvia caer.

¿Y no te has sentido unido de un modo tan especial a personas que jamás habías visto, pero que has mirado hoy?
Te has despertado y has visto tu sol. Y has observado hoy la pureza en la actitud de tu profesora, la
misma que hay en ti. Y la carilla perfecta de tu perro dormido sobre ti. Y esa luna llena, que siempre
está llena de ti. Un paisaje desde mi ventana. La belleza de ver reunidos a tantos jóvenes y mayores.
La belleza, ¿está en el enamorado o en el objeto de su amor? El mar, la mar… Bajo el telón
sobrecogedor de luces y relámpagos… Una música sin música. Una música con música. La paz de la
edad, la paz de la la vida bien vivida. Poesía sonora y tranquila paz. Te quiero, te ha dicho quien tú
quieres. Te quiero te ha dicho, sin que tú le quieras. Papá. Mamá. ¡Hijo tuyo! ¡Hija tuya! ¿Puede ser
una foto más bella que su objetivo fotografiado? La belleza está por todos los lados… En la
bulliciosa calle no había nadie, había un jolgorio de pájaros parlantes.

Sobre el trasfondo del sonido de tazas y cucharillas se desenvolvía el rumor de temas y problemas
filosóficos, hasta que el grupo decantó sus preferencias de aquel día: no la empatía, ni la
independencia, ni la sinceridad, ni la amistad, ni los actos heroicos, ni el rencor, ni la soledad, ni el
perdón, que también, sino las expectativas sobre la juventud. ¿Por qué emergió dicho tema de entre
los asistentes? Quizás porque había allí reunidos muchos jóvenes… que querían saber qué se
esperaba de ellos, o bien, muchos adultos que ponían tantas esperanzas en los jóvenes… Sea como
fuere, quedaba muy claro el doble interés mayoritario: a) qué demanda la sociedad de los jóvenes y
b) qué esperan ellos de ellos mismos, que podrían ofrecer de sí mismos al mundo en que vivimos. Y
este fue el proceder acordado por los participantes para llevar a cabo progresivamente nuestro
diálogo filosófico. Vayamos con lo primero.

-Lo que se espera de ellos es que se formen para que estén bien formados.

-Sí, que esa es la verdadera libertad.

-Y puedan ser felices.

-Pero esto es sólo un ideal, ilustrado, si queréis, pero lo decisivo es qué tipo de formación es la adecuada.

Y aquí comenzaron las quejas de los más jóvenes de la reunión: hay una exigencia para que sigamos
un camino determinado. Alguno no la sentía en su casa, con su familia, pero sí en el instituto.
Parece como si le estuvieran exigiendo que él resolviera los problemas que otros, los adultos,
habían creado con anterioridad. Y ahí, uno de los adultos intervino, quizás sintiendo en sus carnes
la queja de los jóvenes: no se trata tanto de seguir un camino laboral o de formarse, sino de ser. Y la
formación es tan sólo una herramienta.

-Lo decisivo es saber si educar a los jóvenes para transformar el mundo o para continuarlo como está.

-Lo decisivo es transformarse a uno mismo, pero también para esto se necesita formación…

-Para ello, lo mejor es no proyectar expectativas… que cada uno vaya encontrando por sí mismo su camino, eligiendo, equivocándose.

-Sí, las expectativas introducen condiciones, que coartan esa misma formación.

-Por eso, dicha formación habría de contar, no sólo con la formación laboral o intelectual, sino también con el desarrollo de nuestra parte emocional, y con el desarrollo del espíritu crítico y de la responsabilidad.

-Además, ¿es justo pedirles a los jóvenes que ellos transformen el mundo? ¿No es excesivo? ¿Solamente es su responsabilidad?

-Yo también quiero transformar el mundo, pero necesito que los jóvenes me acompañen.

Ante todo este caudal de responsabilidad intergeneracional, los jóvenes de la reunión
comenzaron a sentir su propia carga, que quisieron sacudirse, como en la fase del león -después del
camello de los “yo debería” y previo al niño que juega y afirma “yo quiero”-, en la conocida
metáfora de Nietzsche sobre el desarrollo del espíritu humano. Parece que se sienten presionados, o
más bien, se sienten encauzados. El tipo de formación que se les ofrece, o al que pueden acceder,
peca de falta de flexibilidad, de adaptabilidad a sus propias necesidades. Ellos exigen un cauce
mucho más amplio. Un amazonas con una amplia cuenca fluvial, muchos caminos circundando y
posibilitando el curso general de la realidad social e histórica. Con esto, el grupo había llegado a
una breve clarificación, que podía ser expresada a partir del dicho orteguiano: “yo soy yo y mis
circunstancias”. Las circunstancias condicionan, pero no determinan. Mis circunstancias están ahí,
pero también está lo que yo sea capaz de hacer con ellas. Siempre existe alguna posibilidad -mayor
o menor- de juego vital, de jugar a tu propio juego.

El tiempo reservado para del encuentro se iba consumiendo y faltaba la otra parte de la indagación:
qué pueden ofrecer ellos, los jóvenes, a los demás, a la sociedad, según ellos mismos. Y ya con
algo de prisa, se desgranaron algunas sugerencias.

-Yo quería ser política para cambiar el mundo, pero visto lo visto de la política actual, mejor
lo dejo. No quiero ser eso. Prefiero ser directora de cine.

-Pero, si te fijas, ahí tienes un buen campo para ayudar a transformar la realidad. Más que
como política profesional, tú puedes actuar como ciudadana y, desde tu parcela, contribuir como
buenamente puedas.

-Como jóvenes, podemos producir un cambio de mentalidad, en la manera de hacer las
cosas, por ejemplo en ecología. Ideas nuevas. Pues todo puede ser de otra manera…

-No nos quedamos callados. Plantamos cara y decimos lo que queremos. Nosotros somos
más atrevidos. Podemos ser más críticos.

-Hay jóvenes y jóvenes. Pero somos inexpertos, y muchas veces no sabemos lo que
queremos.

Acaba el encuentro -era ya tarde, en la tarde- con un elogio de la juventud. Y no de los jóvenes, sino del espíritu juvenil, que no tiene que ver necesariamente con la edad. Los jóvenes son los que tienen menos cargada su mochila; pero nada está garantizado. ¿Y qué puedo hacer yo? Basta con que un solo “joven” sea capaz de plantearse esta cuestión, sea consciente de la situación… para que el mundo ya no permanezca igual. Todo empieza a cambiar a nuestro alrededor. Imaginad muchos jóvenes de espíritu unidos. ¡Jóvenes del mundo uníos!

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