Sobre mi función en la vida

Sobre mi función en la vida
Café Filosófico en Vélez-Málaga 8.7
21 de abril de 2017, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.

Cada vez que trataste injustamente a alguien, te lo estabas haciendo a ti mismo. Cada acto de bondad que has realizado, te lo has hecho a ti mismo. Cada momento de felicidad o tristeza experimentado por un ser humano fue, o será, experimentado por ti.
Andy Weir, El huevo

¿Por qué estoy aquí?

Estos tiempos generan individualismo y visión corta. Ombliguismo. Quizás por eso, nos cuesta trabajo adquirir una visión más universal de los asuntos y de la propia vida. Todo lo vemos diferente, exclusivo. Y por supuesto, lo que a mí me pasa, lo que yo pienso y siento, no le pasa a nadie. ¡Que no me confundan! Así, no es raro que algunas personas tengan algunas dificultades para moverse entre líneas, navegar entre los distintos niveles. Les hace falta algo de entrenamiento, para pasar de universal a lo particular -sin perder toda su profundidad- y de lo particular a lo universal – con todos sus matices-. Una manera de desarrollar esta habilidad es a través del ejercicio filosófico, la filosofía practicada juntos. Pongamos por caso la pregunta de aquella tarde: ¿Por qué estoy aquí? No es difícil que se centre la respuesta en el yo que está supuesto ahí, en la pregunta, convirtiéndose la respuesta en una respuesta egocentrada, incapaz de ver más allá de sí misma, de sus muchas preocupaciones mundanas actuales. Sin embargo, lo cierto es que ¡todos estamos aquí también! Algo compartiremos, algo podremos comunicarnos, algo podremos entendernos y ayudarnos mutuamente. Quédate, entonces, con nosotros. Tamaña pregunta metafísica tendrá un desarrollo mundano a tu alcance, de manera que puedas estar en ti y, al mismo tiempo, salir de un poco de ti, hacia el horizonte que te ofrecen estos participantes del séptimo café filosófico de la temporada.

Lo bueno de esta navegación personal que vivimos solitariamente está, quizás, en la sensación de que disponemos de algunas seguridades mínimas. Y a ellas echamos mano sobre todo cuando nos hayamos maltrechos por alguna vicisitud no deseada, arrojados ahí en medio de alguna mala racha. Como esta reunión consiste en dialogar y entenderse, es posible que alguna de las seguridades manifestadas por los participantes de aquella tarde, te venga bien para completar tu propio repertorio, y acudir a ella cuando no sepas bien hacia dónde dirigirte. Sin embargo, no vale aquí servirse de algo que no resuene en mí y lo no sienta formando parte de mí. Seria impostura. A la hora de ponerla en práctica notaríamos una futilidad vana. Así pues, te interpreto algunas de sus aportaciones: para resistir cualquier cosa, me pienso como un castillo inexpugnable; yo me valgo del convencimiento en unos valores básicos (sobre todo la solidaridad); a mí me vale ser fiel a mí misma, o tratar de serlo, ese es mi criterio; no se me olvida que soy como un ser-ahí arrojado al mundo (Heidegger), pues debo ser poca cosa para el Creador (sea esto lo que esto sea); que la felicidad está dentro de mí, y a ello puedo acudir siempre; una mínima autoconfianza, sin cuestionamiento, me saca de mucho apuros; haciendo lo que me gusta, siempre acierto; la confianza en alguien que amo, como mi madre, me salva de muchos aprietos.

-Pero y tú, nunca dices nada. ¡No te implicas!

-Yo contribuyo a que la reunión sea posible y vosotros podáis dialogar.

-Pero eso no es suficiente…

-Si te fijas, mis preguntas ya me implican bastante, por eso no doy respuestas. Es otra manera de dar respuestas. De todos modos, esta vez daré mi respuesta como un participante más: para esa seguridad mínima, yo acudo a la realidad misma de “yo soy”.

Habiendo desechado, a través de sufragio, el abordaje de las cuestiones como vivir el presente, la tolerancia religiosa, el vivir aceleradamente, un breve dialogo socrático entre el moderador y cada una de las personas que iban proponiendo temáticas, fue la pregunta “¿por qué estoy aquí?”, la que permitió enfilar la cuestión elegida de la tarde: mi función en la vida. Aunque la temática apuntaba hacia el para qué, la formulación del porqué pareció al grupo más  prometedora. Y uno de los participantes, muy versado en esto de los cafés filosóficos, quiso comenzar poniendo una base desde la que arrancar el diálogo. Es muy posible que sin esa primera base el encuentro hubiera discurrido de otra manera. Lo mismo pasa con la existencia en general, toda acción tiene una consecuencia, toda intervención cambia el mundo mostrando  sus posibilidades. De esta manera, partiendo del dicho aristotélico -“la naturaleza no hace nada en vano”- este participante fijó la primera parte de su apoyo a la discusión: hay una primera conciencia o razón universal, que es la perspectiva de Dios o la Naturaleza. La segunda parte está constituida por la perspectiva o conciencia del yo individual. Y ambas son diferentes y, a menudo, divergentes. Una posición o juicio de valor que no fue del gusto de todos los asistentes, pero cuyo fondo estuvo presente a lo largo de casi toda la discusión.

-Es cierto, yo estoy aquí por una causalidad: mi madre tuvo cinco abortos y únicamente yo estoy aquí. Esto no ha ocurrido porque sí.

-Pero entonces, parece que coinciden ahí los dos designios, el individual y el universal, habría compatibilidad, ¿no es cierto? -trata de aclarar el moderador.

-En realidad, y según la ciencia indica, somos fruto del azar y yo ahí tengo poco margen.

-Más bien, me veo como    una parte de la vida, soy vida, y esto lo asumo como algo natural

-de nuevo, compatibilidad, certifica el moderador.

El transcurso del diálogo por este derrotero mostraba que, al menos, una participante no acaba de ver claras dos posiciones, que se fueron fraguando, y las mezclaba continuamente en su farragoso discurso. De ahí que el moderador iniciara un diálogo circunscrito para que esta persona se aclarase a sí misma un poco más su propia postura.

-A ver, aparte de la postura inicial que presenta como incompatibles la conciencia universal  y la individual, se han matizado, por parte de los compañeros, estas dos posibilidades: a) predomina un flujo universal pero yo puedo tomar pequeñas decisiones, dentro de esos márgenes, y b) dicho flujo universal lo asumo como propio íntegramente. ¿Te queda claro? ¿Tú donde estás? ¿Qué nos quieres decir?

-Más bien, la primera.

Con otra participante igualmente inicia el moderador otro diálogo monográfico:

-A mí eso no me entra. Yo nunca hago lo que quiero, porque sería egoísta. Se le responde, por parte del grupo: ¡eso te lo han inculcado!

-No, lo sé desde pequeña… siempre hay alguien que no le gusta lo que haces… ¿y qué opción te queda?

-A ver -el moderador: tú, ¿qué querrías hacer?

-Yo me iría encantada a retiro de una semana a un monasterio, pero entonces abandono a mi familia…

-¿Estás segura? ¿Por eso, por una semana, abandonarías a tu familia?

-No sé.

-Piensa si sólo abandonarías tu idea de tu familia…

Desconozco, estimado lector, si te ha parecido que este paréntesis venía a salirse de la corriente  del  tema  tratado,  pero  he  de recordarte  que  nada  está  fuera  de  lugar  en  un diálogo

filosófico. Todo lo que se afirma, inspirado por una misma preocupación o un mismo interés, está intimamente ligado, sólo que de una manera inconsciente que necesita aflorar y tomar conciencia de sí. Si te fijas bien, el pensamiento de que “actúo egoístamente” -la mala conciencia- parte del supuesto de mi incompatibilidad con lo que ocurre, ese flujo universal y mi flujo individual, entre el macrocosmos y el microcosmos. Sin embargo, la aceptación de la situación, que me incluye a mí mismo, cambiaría todo el panorama. Yo siento esto y el obstáculo para poder expresarlo es una idea mía que me pongo como incompatible con lo que deseo. Es muy posible que si hablo con franqueza a mi familia, ellos comprenderán mucho más de lo que pienso, y yo puedo comprobar también que necesitan mucho menos de lo que me figuro. Otra cuestión a mirar sería por qué yo me lo prefiguro así.

Acto seguido, el moderador considera conveniente hacer aterrizar un poco más el tema de la discusión, y propone una alternativa más cercana que la cósmica, inalcanzable e inescrutable. Así pretendía circunscribir mejor el diálogo y evitar en lo posible caminar en círculo.

-La pregunta era: ¿por qué estoy aquí? Y el hombre se lo pregunta al hombre. Entonces,

¿estoy para desarrollar una función humana (dejamos atrás el origen cósmico de esta función), o bien, una función individual, distinta y singular, la mía?

-Las dos cosas.

-¿Cómo es eso? ¿Cómo hacerlo compatible?

Después de un breve intercambio de pareceres sobre cómo hacernos compatibles con la humanidad, el moderador que, como veis, esta vez tuvo que emplearse a fondo e intervenir más de lo acostumbrado -sería por la dificultad del tema-, planteó un modelo filosófico de cómo hallar dicha compatibilidad. De nuevo, se recurrió a Aristóteles.

-Según el filósofo antiguo, Aristóteles, todos los hombres buscan por naturaleza la felicidad. Creo que podemos aceptar este punto de partida: en el fondo, todos los seres humanos buscan ser felices. Ahora bien, el modo de buscar este bien supremo puede muy bien ser muy particular de  cada uno. ¿Qué os parece? Es posible una función única, humana, y a la vez, es posible que cada uno tenga que desarrollar su función propia, por tanto, una diversidad de modos. Habría un nivel de desarrollo común, pero el modo de expresarlo sería individual.

La mayoría parecía ver esto claro, pero no todos, especialmente la participante más joven.

-Pondré otros ejemplos: todos hablamos, pero hablamos lenguajes o idiomas diferentes; tú y yo podemos querer ser solidarios, pero tu manera de contribuir es diferente a la mía; todos apreciamos la belleza, pero con objetos diferentes… ¿Te queda más claro? En definitiva, se trata de combinar mi conciencia con la conciencia universal.

-Esto que hablamos me recuerda el cuento (disponible en Internet) de Andy Weir,  El  huevo

que contó, a grosso modo, una de las participantes-, autor de la novela El marciano, convertida luego en película, dirigida por Ridley Scott.

-En definitiva, todos somos somos uno. O dicho de otra manera: yo soy todos.

Con lo cual cayó del árbol suavemente una respuesta esencial a la pregunta del comienzo de la indagación: ¿Por qué estoy aquí? Respuesta: para vivir humanamente. Y esto requiere un aprendizaje. De una maduración, como señala el cuento de Andy Weir, del que tenéis un fragmento a la entrada de este relato. Lo que puede parecer una tautología (como si dijéramos: ¿para qué estamos aquí los humanos?: para vivir humanamente), pero no lo es en absoluto; es un despliegue, una explicitación, una expresión de lo que somos, no meramente formal sino con contenido vital, tanto social como individual. Contribuir a la humanidad, al desarrollo de la humanidad en nosotros. Siendo solidario, conviviendo, tolerando, respetando, razonando de un modo sensato…, es decir, desarrollando los valores de la humanidad.

-Pero, entonces, ¡necesitaré toda la vida para conseguirlo!

-Claro. Pero aquí lo que importa no es la meta, sino el proceso mismo, el camino. Por el camino tú ya no vas siendo la misma, pues irás creciendo, desarrollando tu manera de contribuir a la humanidad. Cada uno lo expresará de una singular manera, su amor por la humanidad, su amor a sí mismo.

Esto fueron concluyendo los participantes y así fueron satisfaciendo el destino de sus primeros pasos vacilantes. A unos les resultaba más fácil situarse en un nivel común, para otros era algo más complicado. No lo veían de primeras. Pero es muy posible que todo radique en el propio nivel de desarrollo de nuestra conciencia: si estamos situados en un nivel más bajo -no inferior- todo lo veremos distinto y exclusivo -puede que, incluso, excluyente-, yo soy distinto y busco cosas diferentes; si estamos situados en un nivel de conciencia más elevado -no superior, pues todos los niveles son reales, sólo que unos suponen el desarrollo previo de otros-, percibiremos lo común y observaremos cómo todos buscamos en el fondo lo mismo; que yo soy como tú, al igual que tú eres como yo… que somos uno, no dos, ni tres… que somos y estamos integrados. ¿Has sentido mayor goce que cuando te sientes formando parte de algo más grande, pero que eso eres tú mismo más adentro? A esa unión profunda, a eso todos lo llaman amor cada uno a su manera.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *