Sobre los errores
Café Filosófico en Vélez-Málaga 8.8
19 de mayo de 2017, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.
A los 17 años fui a la universidad. Ingenuamente elegí una casi tan cara como Stanford y todos los ahorros de mis padres, de clase obrera, se fueron en la matrícula. Seis meses después yo no había sido capaz de apreciar el valor de su esfuerzo. No tenía idea de lo que quería hacer con mi vida y tampoco sabía si la universidad me ayudaría a deducirlo. Y ahí estaba yo, gastando todo el dinero que mis padres habían ahorrado durante toda su vida. Decidí retirarme y confiar en que todo iba a resultar bien. En ese momento fue aterrador, pero mirando hacia atrás es una de las mejores decisiones que he tomado. Prescindí de las clases obligatorias, que no me interesaban, y comencé a asistir irregularmente a las que sí consideraba interesantes.
Steve Jobs
El sufrimiento no es intrínsecamente necesario. El sufrimiento es la consecuencia del error; allí donde hay error inevitablemente hay sufrimiento. El sufrimiento -en un plano o en otro- nos está indicando allí donde hay un error, y es gracias a este sufrimiento que nos decidimos a buscar la solución. El sufrimiento nos está señalando allí donde nosotros estamos funcionando mal; aquello que nos hace sufrir nos está indicando concretamente algo que hemos de desarrollar más o algo que hemos de cambiar en su esquema.
Antonio Blay
¿Tiene alguna función en nuestras vidas el error?
En un Café filosófico no hay errores, todos son aciertos. El error posee una razón de ser, que la discusión filosófica ha de indagar. Todo es aprovechable. Lo mismo en la educación. Por eso Sócrates es el mejor maestro. Pero también en la vida. La filosofía es como la vida. Es una forma despierta de vivir. Así que es muy posible que, en la vida, detrás de un error haya siempre una verdad, latiendo, instruyendo. Uno de nuestros mayores retos, como seres vivientes, quizás sea integrar conscientemente nuestros errores, porque integrados en mi vida ya lo están de suyo. ¿Acaso sería yo ahora el mismo sin mis errores? ¿Y cuándo me siento yo mejor, que cuando logro vislumbrar la verdad escondida tras un error mío? Entonces, estoy en buena disposición para decir lo que he de decir, hacer lo que he de hacer. Entonces, me siento muy a gusto conmigo mismo, muy satisfecho de mí. Estoy en la verdad y desde ahí siento, hablo y actúo. Estoy en mí, aposentado en mí. Ahí no hay desdicha, no hay drama. Hay plenitud y goce sumos.
Estimado lector, acabo de sugerirte a la inversa lo sucedido en el penúltimo café filosófico
-seguramente, nunca se sabe- de la temporada. El moderador comenzó preguntando por ese momento reciente en que nos hemos sentido a gusto, satisfechos con nosotros mismos, y de un comentario surgido de pasada (“detrás de cada error hay una verdad”), se adueñó luego de la reunión la temática del error. Pero no era el interés conocer por qué hay error o errores, sus causas, sino algo más descuidado normalmente, el para qué del error, su funcionalidad u operatividad en nuestras vidas. Si hay error, preguntarse por qué lo ha habido es humano pero también, si hay error, preguntarse por su sentido o finalidad, ya que existe… y es parte de lo que existe.
Soy yo quien habla y actúa, estoy de verdad en mí; el camino puede haber sido más sinuoso o menos, más directo o dando un rodeo a través de mis errores y de mis aciertos, pero son esos momentos en los que soy mi centro, en los cuales me siento más a gusto conmigo mismo, pues soy más yo mismo. Por ejemplo: cuando he dicho lo que pensaba sin coartarme a mí misma; cuando he sido de ayuda a un amigo, para aclararse con sus cosas; cuando he tomado con claridad una decisión anticipadamente; cuando he inspirado confianza a otras personas; cuando he logrado hacer lo que he querido hacer; cuando he ayudado a otros a decidirse; cuando he sentido que aportaba cosas valiosas a los demás; cuando me he dejado contagiar de su felicidad; cuando he caminado por aquella montaña en condiciones extremas; cuando he pintado -mientras pintaba- mis acuarelas; cuando yo he sido la que ha apoyado a mi madre; cuando me he sentido satisfecho con mi forma de ser; cuando he logrado mi objetivo, compatible con el de otra persona. Añade ahora tu propio momento de satisfacción plena, de armonía contigo mismo.
Como primero hay que saber de qué se está hablando, para garantizar mínimamente que hablamos de lo mismo, convino el grupo en aclarar bien qué son los errores.
-Errar es equivocarse, no acertar, consciente o inconscientemente.
-Es fallar con el resultado.
-Pero, entonces, debe haber algo previo, respecto a lo cual uno se equivoca, o bien, yerra en los resultados o consecuencias, ¿o no? -sugiere el moderador.
Emerge así la idea del “modelo” y cómo todo error lo sería respecto a un modelo, es decir, respecto a un modo correcto de hacer y sentir las cosas, que es aceptado social o individualmente
-en realidad, esto segundo sería requisito imprescindible-. Un patrón o norma de cómo debiera ser el mundo, también mi mundo. El error sería, pues, una desviación involuntaria -no buscada- respecto de un acto o decisión consciente, es decir una expectativa truncada respecto a un modelo previo (personal o social), que conlleva consecuencias negativas desde ese punto de vista de ese mismo modelo. Por acuerdo unánime del grupo, se adopta esta definición operativa con vistas a continuar discutiendo si el error habría de contener en sí alguna función… positiva.
¿Tiene el error alguna función positiva que cumplir en nuestras vidas? Como vas a comprobar acto seguido, esta positividad de que se habla -que se descubrirá en el transcurso del diálogo- no es correspondiente a la dualidad positivo-negativo que, como cualquier otra dualidad, es fuente de un sinfín de perplejidades: nada hay positivo ni negativo del todo, en lo negativo hay positivo y viceversa, nada hay negativo ni negativo en sí, sino que depende del punto de vista que se mire… Positividad aquí es realidad: el error es o existe. Y si es o existe, satisface una funcionalidad, juega un papel en la existencia de las cosas, positivamente. Es posible que no nos guste que el león descuartice a la gacela, pero esto es ya una valoración moral, además de un prejuicio antropomórfico. Debe ser necesario que eso ocurra, puesto que ocurre. Metafísicamente -más allá, o más acá, de cualquier moral o visión moral al uso- la postura más sensata es, entonces, la aceptación. Veámoslo a través del error.
-La función del error es aprender del error. Si no aprendes, te seguirás equivocando.
-Son ensayos, mediante los que aprendemos y mejoramos.
-Hasta la ciencia aprende mediante ensayos y errores.
-Pero no aprendemos de un error, generalmente, necesitamos cometer muchos errores.
-Por eso dicen los clásicos aquello de que humanum errare est.
-Errar te vuelve más humilde, más humano, aceptando que eres un ser limitado, que se equivoca.
-Cuando admites un error, de algún modo lo haces consciente, haces consciente algo de ti que no sabías. Por tanto, es como poner luz a una parte tuya.
-Sí, te hace más humano, e incluso, te vale para quitarte estrés, presión tuya o de los demás.
Como puedes apreciar, en el grupo fue madurando una visión del error diferente a la habitual (“es malo equivocarse”, “el error es negativo”), en la que los errores quedan integrados en nuestra vida, formando parte activa y dinámica de ella. De ahí que todos convinieran al final de esta fase central de la discusión -sobre la función del error- en responder de esta manera a la pregunta que se había planteado: la función del error se constituye al lograrlo integrar en mí. ¡Integrar el error!
¡Este es el reto que te brinda el grupo! Pruébalo por ti mismo, por ti misma. Propicia un giro total a los sinsabores de la vida. Pues, como verás a continuación, lo mismo le pasa al sufrimiento, que es en realidad una forma en que se manifiesta el error. Pero antes de abordar este corolario de la respuesta dada por el grupo, pasaron algunas cosas interesantes, que fueron preparando el terreno de la conclusión que ya conoces, y que no quiero que te pierdas.
-Una participante preguntó: ¿Siempre hay que superar los errores?
-Responde el moderador: ¡Buena pregunta! Saquemos una consecuencia desde nuestra definición de error, vinculada a un modelo. ¿Y si lo erróneo es el modelo desde el que se juzga?
-Apostilla otro participante: por ejemplo pasa con la eutanasia, que era el tema que yo quería plantear al inicio. Para unos es un error plantear la eutanasia y para otros es un acierto, según sean sus ideas y creencias.
-Interviene de nuevo el moderador: eso es lo que ha pasado históricamente con la sexualidad femenina, por ejemplo. Mostrar la sexualidad femenina era considerado un acto censurable en otros tiempos…
-Todos convienen: desde luego, ¡hay modelos que dejan mucho que desear!
Y tienen mucha razón nuestros participantes. Ese modelo de origen social está en ti, pero tú te has identificado con él, lo que te lleva incluso en ocasiones, a considerar que el error proviene de ti. Y sí, el error está siempre en último término en ti que produces efectos con tus acciones, pero originalmente estaría en ese determinado modelo, que es, al igual que todos, un modelo falible.
Casi al final de la reunión el moderador, como modo de profundizar más en lo hallado, tirando de un hilo anterior que se resumía en la expresión: “sacar pecho de tus errores”, planteó la siguiente situación: una manera de sacar pecho de nuestros errores podría consistir en darnos cuenta de que nosotros no seríamos los mismos sin esos errores que me han ido ocurriendo, ¿no es cierto? Y, diligentes, los participantes desgranaron un cúmulo de ejemplos estupendos que corroboraban esta idea:
-Una separación traumática, que luego desarrolló como personas a ambos miembros de la pareja.
-Lo mismo que le hacía no querer ir sola a los establecimientos públicos (al cine, a comer…), el hecho de aceptarlo con el paso del tiempo como algo propio y no impropio, le habría llevado a esta persona a descubrir y a disfrutar de sus momentos de soledad.
-Era insincero consigo mismo a la hora de dar un pésame -él es agnóstico y prefiere no ir a misa- hasta que se dio cuenta de que no tenía necesidad de falsearse a sí mismo y que podía decir lo que pensaba y expresar su acompañamiento de un sepelio a su manera propia.
-Cuando niña se veía diferente a otros niños, no le gustaba lo mismo que a ellos y era rechazada con frecuencia en el colegio; este aislamiento le llevó a refugiarse en la escritura, algo a lo que por nada renunciaría hoy día.
Ahí tenéis algunos buenos ejemplos de “errores”, considerados así al principio, pero vueltos luego un acierto. Seguro que tú puedes añadir otros casos propios. Así pues, parece que es necesario integrar el error, que es como mejor se vive. Dar gracias, por tanto, a nuestros errores, pues que nos han configurado como somos. Pero, ¿por qué nos resistimos tantas veces a acogerlos y a aprender de nosotros con ellos? Los participantes de este café filosófico lo tenían muy claro: para evitarnos el dolor que conllevan. Esta respuesta te lleva directamente al lugar que antes ya te había anunciado: ¿No deberíamos ser capaces también de integrar el dolor, el sufrimiento? Si esto no ocurre, ¿podremos acertar con nuestra felicidad? Observa si el sufrimiento no viene del miedo a perder lo que creo que soy. En definitiva, un modelo, una idea de mí, con la que me he identificado. El error está en creer que yo soy eso, esa idea de mí, el modo en que creo que debo ser, porque de lo contrarío mi mundo se desmoronaría y yo con él. Este es el error de los errores. Este es el engaño hiperbólico en que vivimos. Y lo sufrimos. Pero el sufrimiento no es más que el síntoma del error. Miremos qué nos está diciendo, qué error o limitación necesitamos revisar en nosotros.